Estar aquí es como un sueño. Escribo estas líneas sentada junto a la ventana de la casa de Pasquale, nuestro anfitrión. Una brisa refrescante se cuela por el amplio ventanal de este edificio de cuatrocientos años (como lo lees), mezclado con las notas de tango de un acordeonista que ameniza la velada a los grupos de turistas que cenan en la Piazza de Santa Madalena, justo debajo de casa. El alboroto alegre del gentío me cae como un bálsamo, relajante y placentero.
Noto los músculos cansados. Ha sido un día largo en el que hemos hecho muchas cosas, pero me siento tan en sintonía con este lugar, que no quiero irme a dormir, temerosa que en verdad esta experiencia sea producto de Morfeo.
Qué más puedo decir. Roma me seduce, me hace vibrar profundo, me conecta con la armonía. Es difícil describirlo.
La casa de Pasquale, que ya os describiremos en otro post es como un regalo; Un ático justo detrás del Panteón y a pocos minutos de Fontani di Trevi o Piazza Navona. En pleno centro histórico, rodeada de esas calles empedradas llenas de tesoros donde la circulación es restringida. La bienvenida de la casa cuando ya nos hemos instalado y deshecho las maletas, a primera hora de la tarde,me ha emocionado; En el momento en que me he asomado a la ventana inspirando profundo justo ha comenzado a sonar la canción A te de Jovanotti (esa que está incluida en mi lista de deseos) en uno de los restaurantes, ¿casualidad? Algunos lo llamamos sincrodestino. Así que estoy exultante, y agradecida! Gracias a Roma, a la generosidad de Pasquale, y a todas esas cosas que nos mueven.
Y después de este momento sensible os voy a hacer un resumen de nuestro primer día en la Ciudad Eterna:
El vuelo se me ha hecho corto. Sunflower ha dibujado y F. también (los dibujos no los podemos escanear aquí pero en cuanto podamos os los mostraremos).
El aeropuerto de Ciampino ¡es muy pequeño! Aunque sabíamos que había opciones más económicas hemos cogido un taxi para llegar más rápidamente. Con tres maletas, bolsos de mano y el carrito de Sunflower, nos daba pereza ir en autobús y metro. Nos ha costado 30€, es una tarifa fija y estábamos en el centro de Roma en unos veinte minutos.
El mito de que en Roma conducen como locos, ¡es cierto! El taxista ha adelantado dos veces en doble línea continua, y circulaba por las calles empedradas sin miedo de arrollar a los turistas. Toda una experiencia. Al menos no se ha saltado ningún semáforo en rojo, aunque casi y nos ha dejado justo justo en la puerta de casa.
Pasquale nos esperaba en el apartamento con una botella de vino y uvas como detalle de bienvenida y nos ha explicado todo lo relacionado con el funcionamiento de la casa, de la inmundizia (aquí se toman muy en serio el tema del reciclado) y nos ha dado las llaves. Hemos quedado que nos encontraremos un día para tomar una birra.
Una vez instalados hemos bajado a comer algo rápido, y a comprar en el supermercado productos de primera necesidad. En el camino ya nos hemos dado una vuelta por el Panteón que es im-pre-sio-nan-te. Todavía no me puedo avenir que sea una construcción del siglo II, es alucinante.
Y también hemos dado un vistazo rápido a la Fontana di Trevi, que estaba súper atestada y ¡en obras!, por lo que ha perdido mucho encanto. Es una pena, pero aún así nos ha gustado verla y volveremos para retratarla como se merece.
Con una sonrisa hemos llegado al DeSpar de Largo Torre de Argentina. Nos ha parecido bastante caro pero era el más cercano a casa y tienen de todo. Incluso una amplia selección de productos ecológicos, que nos ha venido genial porque habitualmente procuramos tomar en casa toda la verdura, fruta, leche y huevos BIO.
Hemos vuelto con la compra a casa cargados como burros, lo hemos colocado todo, descansado un poco y hemos cenado un pa amb oli (tan típico de mi tierra) con embutidos y quesos italianos, que no están mal aunque no son de Guijuelo.
Después hemos bajado a pasear por el Panteón de nuevo (es que está justo detrás de casa como a 40 metros) y hemos llegado hasta la piazza Navona. La fuente de Bernini nos ha gustado muchísimo, y ese detalle de que ninguna de las cuatro imponentes figuras mira la iglesia de Borronini es total. Este Bernini era un cachondo.
Para acabar el día, un helado en Giolitti, que nos ha recomendado Pasquale. Muy auténticos. 2,50€ dos sabores y te dan como una especie de montaña de helado que además decoran con nata, una delicia. Íbamos tan ocupados comiéndolos que no hemos hecho foto!
Y a casa a descansar satisfechos y con una tormenta eléctrica desencadenándose.
Mañana más…
Llegué, vi y vencí. – Julio César