Cuando De mi casa al mundo apareció en la lista de finalistas de la IX edición de los premios 20 blogs que organiza el diario 20 minutos, recibí la noticia ojiplática, con mucha alegría, dando saltitos por la casa y persiguiendo a F., que no se lo creía.
Qué noticia más inesperada y sabrosa. Y eso que cuando inscribí el blog en los premios, varios meses atrás, al minuto de hacerlo me arrepentí diciéndome “pero qué tontería, con la de blogs profesionales y bonitos que se presentan, es imposible”.
Mi blog, este pequeño rincón de mi casa, un espacio tan mío que me sirve de cajón de memoria, de estímulo, de evasión, de encuentro conmigo misma… y que resulte que de alguna manera sirve y gusta a alguien más (incluyendo a un jurado que lo ha seleccionado entre más de siete mil participantes!)…
Puedo decir que ha sido el reconocimiento que menos he buscado, por el que menos me he esforzado conscientemente, porque todo lo que hago y explico en el blog me sale natural, espontáneo, forma parte de nuestra vida diaria y no tiene ninguna estrategia detrás, y sin embargo, si me paro a pensar en mi recorrido vital, puede que haya sido uno de los reconocimientos externos que más me hayan aportado y enseñado.
Y te cuento por qué…
Reconocimiento
Reconocimiento, qué palabra más agridulce, 14 letras que me persiguen como una sombra desde que era bien pequeña, y estoy segura de que no soy la única.
Desde que recuerdo, crecí esforzándome por hacer las cosas bien; obedeciendo, haciendo lo que se esperaba de mí sin ofrecer resistencia, buscando con mucho empeño el reconocimiento de mamá, de papá, de los demás, para poder así sentirme merecedora de algo…
Ese ha sido uno de los pulsos, de los hilos invisibles que me han movido a ir labrando mi camino en la vida, sin ser muy consciente en realidad de lo que estaba haciendo, o de si lo que hacía era lo que yo (mi ser esencial) necesitaba.
Entonces, me esforzaba mucho, y quien me conoce lo sabe bien, para ser la primera de la clase, sacar las mejores notas, la más responsable, la más sensata, la más lista, la más buena, la más…
Si alguien ha crecido con esa etiqueta de “la buena hija que lo hace todo bien” puede entender el nivel de esfuerzo y sacrificio que ese “personaje” exige.
Así, fui atravesando las etapas de mi vida, cada vez exigiéndome más y poniéndome metas más altas.
Con 16 años mi padre me pagó un curso carísimo de programación y análisis informático porque quería ayudarme a que fuese alguien en la vida y en la informática estaba el futuro.
Odiaba esas clases, no me gustaban nada, además las compaginaba con bachillerato y no tenía vida. Sin embargo mi padre me lo pagó casi hipotecándose y tenía que estar a la altura.
Hice el curso de tres años, sacando muy buenas notas y antes de cumplir los diecinueve me contrataron en esa misma academia para dar clases de informática a grupos de quince adultos.
Recuerdo que me tenían prohibido decir mi edad, pues la mayoría de mis alumnos eran personas de más de treinta años, y lo duro que fue representar ese papel, que yo no quería, pero que todo el mundo admiraba y me reconocía.
No sé si entiendes lo que quiero transmitir… Muchas cosas en mi vida han sido así. Dicen que el destino es funcional a las necesidades del “personaje” que representamos, ¡y cuántas veces lo he comprobado!
Hasta que me convertí en madre…
Hasta que me convertí en madre, y llegó la re-evolución a mi vida, como ya te he contado alguna vez (aquí o aquí).
Gracias a Sunflower inicié un camino de búsqueda personal muy intenso y con la ayuda del trabajo terapéutico de construcción de la biografía humana que hice con Laura Gutman, entendí que el reconocimiento que había estado buscando toda la vida fuera, era “trucha”, una condena a estar eternamente insatisfecha.
Por mayores que fuesen los logros, mayores eran siempre las auto-exigencias.
Y ahí, en ese punto de ruptura brutal en el que abrí los ojos y decidí dar un giro a mi vida, nació De mi casa al mundo, como un medio para expresar ese cambio, ese nuevo rumbo, más genuino, más consciente, que estaba fluyendo en mi vida, en mi familia.
Y en ese contexto, en el que huyo precisamente de buscar la aprobación de los demás, y procuro lograr mi propio auto-reconocimiento (que no es tan fácil de obtener) llegó esta nominación a los premios, y ha sido como un “¡WOW, pero si no he hecho nada para merecerlo!”. No estoy acostumbrada a eso…
Pero la cosa no se ha quedado ahí…
Como por diferentes circunstancias, que seguramente sabes y he explicado en Facebook, no podía asistir a la gala de
premios, recibí de repente un aluvión de comentarios, mensajes privados, emails, de decenas de personas que me apoyaban para que asistiera a la gala.
premios, recibí de repente un aluvión de comentarios, mensajes privados, emails, de decenas de personas que me apoyaban para que asistiera a la gala.
Muchas ofreciéndome alojamiento en su casa, otras insistiendo en que organizara un crowfunding para recaudar fondos y costear el viaje, algunas directamente queriendo pagar mi vuelo a Madrid,…
Cuando finalmente decidí que no asistiría y pedí el gran favor de que alguien lo hiciera por mí, en representación del blog, la respuesta fue de nuevo multitudinaria…
Ha sido increíble, de verdad, estos días he llorado un montón (F. puede atestiguarlo) al ver la respuesta tan masiva y el testimonio palpable de que la calidad y la magnanimidad humana existen, y entran cada día a mi blog.
Así que por todo ello, GRACIAS INFINITAS, me inclino ante vosotr@s con respeto y admiración, de verdad GRACIAS.
[Esto es lo que tenía escrito para publicar hoy… Ahora tengo que añadir algo más…]
Y la historia ha continuado con este final…
De mi casa al mundo recibió anoche ¡el premio al mejor blog en la categoría personal 2014!
Carmen, de la Casita del Ombú, una lectora de Madrid a la que le debo un favor de las grandes, recibió el premio anoche en mi lugar, acompañada de Arminda.
Empecé a recibir las primeras fotos de la gala a última hora de la tarde, mientras acababa una entrevista que estoy preparando para la publicación de este domingo.
Volví a casa ansiosa, deseando acompañarlas desde la distancia con toda mi energía.
Después ya pude vivirlo todo intensamente, acostada en la cama con Sunflower (que no había manera de que se durmiera) y F. (que no se despegaba del twitter), y seguimos minuto a minuto los comentarios, fotos y vídeos que nos enviaba Carmen por Whatsapp.
Fue muy emocionante, y aunque el premio lo recibo con mucho honor y gratitud, ya me sentía ganadora antes de la estatuilla.
Millones de gracias de nuevo, me faltan palabras.
Cuando la gratitud es tan absoluta las palabras sobran. – Álvaro Mutis